Los ‘90 en la Argentina: una bienvenida al abismo
“Mi primer voto, que me quiero matar por como lo desperdicié, pero lo voté al Indio Solari1”: en esta pequeña anécdota de juventud, contada por Lorena con cierto pudor, podemos encontrar uno de los motores centrales de este ensayo: las posiciones políticas de la juventud rockera en los ‘90. ¿Cuál era el contexto que llevó a esta joven, en su primera votación, a impugnar su voto con el fin de elegir como representante al líder de la banda de rock más importante de la Argentina? ¿Qué nos dice esta acción acerca de sus posicionamientos políticos?
La Argentina de la década de 1990 presenta un escenario con algunas características insoslayables para tener en cuenta a la hora de abordar el período: durante la presidencia de Carlos Menem, se desarrolló en nuestro país el programa neoliberal clásico, que incluyó privatizaciones, el achicamiento del Estado, y la aplicación de una serie de medidas acordes a la voluntad del Fondo Monetario Internacional con fuerte impacto social. A la par, tiene lugar la consolidación del proceso de globalización, que aperturó aún más la difusión de empresas y productos culturales internacionales en nuestro país. Este hecho, sumado a la Ley de Convertibilidad sancionada en 1991 que disponía la paridad del peso argentino y el dólar, ofrecieron posibilidades de consumo inéditas y favorecieron la visita de bandas extranjeras, entre las que podemos destacar el caso emblemático de los cinco recitales de los Rolling Stones en su primera visita al país en el año 1995.
A pesar de las singularidades mencionadas de esta década, ciertos procesos que sucedían desde la dictadura cívico-militar (1976-1983), encontraron su profundización en esta etapa: cierre de industrias, endeudamiento, desocupación, descomposición de la clase obrera. A su vez, si bien la vuelta a la democracia había podido enfrentar el desafío de enjuiciar a la Junta Militar responsable del terrorismo de Estado, -aunque con un carácter limitado-, en su primer año de mandato, el Presidente Menem decretó indultos exonerando a los genocidas juzgados: este clima de impunidad atravesó toda la década, y otorgó un carácter de lucha a las marchas del 24 de marzo. En el mismo marco de las continuidades, la violencia policial de los ‘90 debe analizarse también como una herencia de la dictadura: por un lado, porque la policía no se vio afectada por los juicios y, por otro, porque la formación de las fuerzas precisamente estaba viciada de las prácticas llevadas a cabo durante la dictadura. Si bien la policía siempre fue enemiga del rock, la amenaza de las fuerzas de seguridad va a ser constante durante lo ‘90, a través de la detención de jóvenes sin ningún tipo de justificativo, del ingreso a boliches (las famosas razzias2), donde suspendían la actividad y detenían jóvenes, o bien en la previa de los recitales de rock, donde la policía montada a caballo se destacaba por su violencia.
Los jóvenes y adolescentes de clase media y baja que no podían acoplarse a las “maravillas” ofrecidas por el consumo, transitaron así una década caracterizada por la violencia institucional, la impunidad, la desocupación y la falta de perspectivas. La identificación política con los dos partidos más importantes -Unión Cívica Radical y Partido Justicialista- entró desde fines de los ‘80 en una crisis que va a durar toda la década y que culminará en el “Que se vayan todos” del 2001. Esta trayectoria llevó a referenciar a esta juventud como “anti-política”, como la generación que “ni estudia ni trabaja”, e incluso a desmerecer a las bandas de rock de la década que van a dar origen a un rock barrial, que se ha denominado como “rock chabón”3
Sobre el rock argentino es importante mencionar algunas cuestiones. Por un lado, el rock como música popular en Occidente tuvo una temprana difusión en nuestro país, acompañado de la formación de bandas y de un estilo de rock propio que se consolidó desde mediados de los ‘60 en adelante en Argentina. A partir de ese momento, se va a conformar un movimiento juvenil asociado al rock, donde la emergencia de bandas y estilos será constante durante los ‘70 y los ‘80. Estos jóvenes, especialmente durante los ‘70, serán víctimas de la persecución policial, que por su carácter contestatario y contrario al orden establecido los tendrá siempre en la mira. Por otro lado, en el rock chabón de la década del ‘90 se produce un cambio, en el cual se profundiza la tensión global-local inherente al rock al extremo, ya que dicho rock llamado “nacional” pasa a una escala aún menor, que es el barrio, modificando así sus formas y contenidos.
Sobre la categoría “Ni/Ni” (jóvenes que ni estudian ni trabajan), varios autores han reflexionado en torno a la falta de pertinencia de la misma, que no contempla la situación de exclusión social y desempleo que atravesaba la juventud de este período. Sobre la cuestión política, sin embargo, las lecturas tienden a disminuir el valor del rock y, en consecuencia, de las posiciones políticas de la juventud en este período, sobre todo cuando se lo contrasta con épocas previas más revolucionarias. Pablo Semán, quien realiza un interesantísimo análisis del “rock chabón”, considera que el rock en los ‘90:
“se identificaba con los marginales reclamando un lugar para ellos, lamentaba el fin del mundo del trabajo y protestaba más que por el exceso de integración (que angustiaba a las primeras generaciones del rock nacional, tanto como a los hippies) por el déficit de la misma, por la fractura social que había traído lo que luego llamaríamos “el neoliberalismo”. No era, en todos los casos, un rock de pretensiones políticas, al menos de pretensiones políticas conscientes y dirigidas de forma sistemática a objetivos políticos. Lo que sí hacía era reivindicar el mundo que quedaba atrás en el marco de una reestructuración social políticamente comandada y su apego a los “buenos viejos tiempos” tenía valor político de resistencia que, antes que declamarse o proyectarse como tal, se actualizaba en la veneración de un tiempo que el resto de la sociedad comenzaba a denostar. En ese contexto el “rock chabón” era “contestatario” de una forma diferente a la que lo había sido el rock en los años setenta. En vez de asumir una postura anticapitalista daba cuenta de la nostalgia por una fase en que los más pobres, al menos, tenían trabajo y patrones. Esto mismo hacia una diferencia con un planteo de tipo revolucionario, como el que podría haberse escuchado en los años setenta en la tradición de la música de protesta.”4
Más allá de los límites políticos que pueden marcarse al “rock chabón”, es evidente que, aún así, el rock se volvió referencia ineludible para consolidar la identidad de los jóvenes, pero también funcionó como un aporte en la construcción de posiciones políticas de la juventud. No plantea objetivos pero sí valores, que se constituyen como performativos al influenciar las ideas y los posicionamientos políticos de dichos jóvenes de los ‘90, y que serán mantenidos en su tránsito hacia la adultez.
El objetivo central de este trabajo es repensar las ideas políticas de la juventud rockera, es decir, aquella que fue protagonista de recitales y salidas nocturnas vinculadas a espacios de rock durante el período, y ponerlas en valor. Es una deuda pendiente reconocer las vicisitudes que atravesaron los jóvenes, escuchar sus voces, aquellas que coreaban en los recitales, para preguntarles cómo fue vivir esa década, cómo pudieron construir su identidad política en medio de la crisis, y qué rol tuvieron esas experiencias en dicha construcción a lo largo del tiempo. Los límites del rock que marca Semán pueden ser tales en la música, pero abrieron muchas más puertas de las que, quizá, se propusieron.
En una década en la cual -desde lo local- impera la impunidad, el descreimiento hacia la política, el vaciamiento del rol del Estado, pero donde perviven los fantasmas de la dictadura militar de 1976, el rock se convierte en un espacio de resistencia para la juventud que ayuda a construir sentidos y valores contestatarios y políticos incipientes en los jóvenes que consumen esa música, van a recitales y a otros espacios donde estos discursos circulan. Estas herramientas, en consecuencia, eran la alternativa que los jóvenes de clase trabajadora tenían para acercarse a la política, y, por lo tanto, configuraron sus posiciones políticas adultas en función de valores aprendidos en la juventud, entre los que podemos mencionar el rechazo a la policía, la defensa de la democracia y de la libertad, la lealtad hacia “los suyos” (barrio, amigos), la camaradería y la solidaridad.
Con ese fin, las entrevistas realizadas a cuatro jóvenes que transitaron por recitales, fiestas y boliches rockeros van a estructurar el ensayo: son las propias voces de los protagonistas, de ese público a veces desdibujado por los grandes nombres, quienes mejor pueden contarnos sobre el peso de sus experiencias.
Posiciones iniciales: entramados de música y valores
Valeria, Lorena, Daniel y Maximiliano nacieron entre 1975 y 1977 en la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores: adolescentes y jóvenes durante la década del ‘90, vivieron sus primeros años de vida durante la dictadura militar y su primera parte de la escolaridad durante la vuelta a la democracia. De clase media y clase baja, cada uno de ellos atravesó tensiones familiares diferentes que los impulsaron a buscar experiencias fuera de casa, que los llevaron no solamente a escuchar rock sino también a recorrer calles, recitales, parques, boliches y fiestas, a buscarse a sí mismos afuera de la casa familiar. Fueron a ver a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (de ahora en más, “Los Redondos” la banda y “ricoteros” sus seguidores), a Divididos, a los Rolling Stones; fueron a espacios míticos de recitales como Cemento, Obras, Arpegios; fueron a bailar a Margarita Rocanrol, al Mvseo Rock, a El Viejo Correo; participaron de fiestas nómades, que se movían de sede, entre ellas las Fiestas Mayas y el Condon Clú. Más allá de algunas divergencias, sus recorridos se encuentran en muchos puntos: estos cuatro jóvenes recorrieron las noches porteñas, y fueron protagonistas y testigos de una serie de experiencias que impactaron fuertemente sobre ellos.
Sus bagajes políticos no eran muy claros: Valeria viene de una familia a cuyos miembros describe como “conservadores, odio antiperonista, no había charlas de política, nada (…) no tenía esa info política para poder hacer un análisis propio pero sí registraba esta info que llegaba” de otras familias a las que ella denomina como “progres”. Lorena recuerda sobre ella y sus amigas: “tuvimos familias que tampoco nunca estuvieron como involucradas en nada, al contrario, era el no te metás, si no te metés todo va a estar bien”. Maxi, quien se afilió por un pibe de su barrio que juntaba gente al Partido Justicialista, afirma que “no conocía mucho quién era Perón, no conocía quién era Evita, su obra, nada, no entendía nada.” Daniel, por su parte, estaba más informado: por un lado, porque su tío era de izquierda y había tenido una compañera desaparecida, por otro, porque desde el año 1992 fue al colegio al que asistía Walter Bulacio, asesinado por la policía tras ser detenido en la previa de un recital de Los Redondos en 19915. Esta última información iba a circular rápidamente por los circuitos del rock, reafirmando la posición de la juventud frente a la policía como uno de los elementos cruciales del período.
Los cuatro entrevistados dejaron en claro su posición anti-policía (“antiyuta”), así como el miedo que les generaban las fuerzas de seguridad: “La figura de la policía como que representaba esa parte de miedo y de paranoia: patrullero, había que alejarse.”
“Yo le tenía mucho pánico. En realidad, todos y todas en esa época le teníamos mucho miedo porque la policía es mala pero en esa época era como, estaba como más permitido pegarte por nada, entonces bueno, cuando veíamos un policía cruzábamos, tratábamos de irnos para otro lado. Más por nuestra vestimenta, ellos sabían más o menos qué onda tenías. Si eras rollinga6, seguro te paraban para molestarte nada más, y de acuerdo a cómo respondías te podían llevar o no detenida.”
“Las razzias, las brigadas7, que estaban a la noche. A las 12 de la noche pasaba la policía, documento, documento y te llevaban detenido, viste, chau. 24 horas adentro de un calabozo. Me pasó 8, 9 veces, me han llevado hasta con muletas y puntos en las piernas (…) La policía uniformada no me daba miedo. La brigada sí. Porque yo sabía que te podían matar, te podían hacer desaparecer si querían. En el barrio se sabía. (…) Tiro y al río, si estábamos del Riachuelo nosotros al lado.”8
“Nosotros en Pompeya (…) teníamos que estar atentos a cuáles eran los autos de la brigada, ya sabíamos, o sea, te preparabas, los más grandes te enseñaban a empezar a mirar, a ver cuáles son los autos que se repetían, que pasaban. Entonces nosotros ya sabíamos que el Duna negro era de la brigada de la 349, el Regata rojo era de la 32 (…) cuando ya los veíamos nos movíamos rápido para que no paren y no nos detengan. Digamos que la relación con la policía era un poco picante en el sentido de que si vos venías caminando y venías medio desprolijo por ahí te paraban en la calle y te pedían documento o te podían llevar con documento también. Si no tenías documento, marche preso. A mí me llevaron varias veces… Que habré ingresado, diez veces ponele. (…) Te maltrataban, desde cachetazos a dejarte incomunicado… yo estuve más de 18 horas (…) Había que portarse bien para que no te peguen.”
En este registro de sus experiencias con la policía, más allá de no tener quizá pleno conocimiento de lo sucedido con las fuerzas de seguridad en nuestro país durante la dictadura militar, todos demuestran miedo frente a la policía -más por la brigada en el caso de los varones-, y la reconocen como enemiga. Este reconocimiento es recíproco: los jóvenes que escuchaban rock, que iban a recitales, eran especialmente perseguidos por la policía. ¿Qué representaban estos pibes y pibas para la policía entonces?
En la misma línea, Maxi recuerda:
“en esa época había mucho festival de docentes, la Carpa Blanca, mucha cosa en recuerdo del 24 de marzo. Todos los recitales tenían que ver con un contexto social jodido o una fecha que rememoraba algo y los artistas, los músicos, tocaban al aire libre (…) Yo lo vivía como que era un momento en donde me conectaba más con, en una época de tanta apatía y descreimiento de la política, eran los lugares donde uno respiraba como cierto aire contestatario, o te sentías como que nos juntábamos los que éramos rebeldes al sistema, los parias, la juventud que no encajaba en ningún lado.”
Lorena, mientras recuerda la represión policial que sufrió cuando fue a ver a Los Redondos a Mar del Plata, afirma: “que te gusten Los Redondos era un sinónimo para ellos de enemiga de la policía, del orden.”
Son las mismas fuerzas de seguridad, que antes perseguían a militantes políticos y jóvenes en nuestro país, durante la dictadura, las que toman como enemiga a la juventud rockera de los ‘90. Hay un trasfondo que ven como amenazante en los recitales de Los Redondos, de La Renga, en los espacios que los jóvenes transitan. “La resistencia, por decirlo de alguna manera muy entre comillas, era el rock y los pibes de izquierda, y las agrupaciones, por supuesto”.
“Cuando ibas a ver a Los Redondos había partidos de izquierda, habían anarquistas, habían como cierto grupo en donde vos veías que el trazo político estaba, banderas rojas (…) la música contestataria, la gente que descree de la política pero entiende de la libertad, entiende de la opresión (…) había cuestiones sociales o conmemorativas de la represión, los militares, ahí conocí a las Abuelas de Plaza de Mayo, a las Madres de Plaza de Mayo.”
No son militantes, pero simpatizan con ideas que, para el ojo policial, son igual de rechazadas y peligrosas. La íntima relación entre rock y organismos de Derechos Humanos, por ejemplo, en los festivales donde tocaban bandas como La Renga, Los Caballeros de la Quema, Divididos, Todos Tus Muertos, Ataque 77, suma un elemento adicional: la edad de los hijos de detenidos desaparecidos -nacidos entre 1975 y 1979- coincide con la de los entrevistados. Los H.I.J.O.S11 de detenidos-desaparecidos, algunos de ellos nietos recuperados por las Abuelas de Plaza de Mayo, forman parte de la juventud que circula por estos mismos espacios, no solamente por los festivales, sino en otros lugares del mismo ambiente. Esto puede corroborarse en esta anécdota de Lorena: “Nosotras íbamos a bailar a un lugar que se llamaba Mvseo Rock, que era el mejor lugar, y ahí teníamos un amigo de un barrio, no sé, ponele, Claypole, muy lejos, que siempre le pagábamos un vino porque nunca tenía plata, y un día viene y nos compra un trago a todas y tenía como plata y nos cuenta que era un nieto aparecido. Entonces ahí nosotras empezamos como también a enterarnos. A nosotras eso no nos enseñaban.”
El ojo social: la posibilidad de una mirada política
Rock, izquierda, Derechos Humanos, rivalidad con la policía. El recorrido por todos esos recitales y espacios, el manejo de la calle y de la noche, contribuyeron al desarrollo de una mirada distinta a la que traían de sus casas, distinta a la mirada dominante, a la que podríamos definir como un “ojo social”, con el cual fueron capaces de registrar y tomar una posición de lo observado. Valeria se acuerda de la situación de las trabajadoras de limpieza en el mítico Cemento, sede de recitales de rock en los ‘80 y los ‘90: “Yo iba a Cemento, por ejemplo, y veía a las empleadas del lugar, que Chabán12 las hacía dormir en el bañito (…) sacaba el inodoro, todos los accesorios y en ese cuartito, ¿viste como los baños individuales?, había gente durmiendo, que laburaba ahí, que limpiaba. Tenían el colchoncito, como algo así muy personalizado, una fotito, se inundaba el lugar, los baños, y ellas estaban ahí.” Este hecho le llamó la atención porque evidenciaba una situación de desigualdad y falta de derechos que Valeria, a pesar de ir a Cemento a ver bandas y divertirse, no evadió.
Lorena, por su lado, tuvo una experiencia más concreta, donde los recitales fueron un elemento central: “Como que no estábamos muy concientes, pero sí siempre nos resonaba, ¿no?, la justicia social… Siempre nos resonó mucho eso porque a los 20 años creamos las tres con otra amiga más un grupo que se llamaba Gente Yumbrén y decidimos empezar a armar bibliotecas populares en escuelas rurales.” Los libros y alimentos eran donados en recitales de rock: en acuerdo con las bandas que tocaban (por ejemplo Los Piojos, La Renga, Las Pelotas, Los Gardelitos), se pedían alimentos no perecederos o libros como entrada. Juntar donaciones, viajar, conocer la pobreza del Interior, ese gran desconocido para quienes viven en Buenos Aires. En ese hacer subyace una idea que también tiene en cuenta a la miseria con la que chocan de frente, y a la búsqueda por igualdad de oportunidades, que todos tengan acceso a un libro.
A su vez, Lorena, Daniel y Maximiliano, quienes viajaron frecuentemente al Interior a ver a Los Redondos en sus recitales, recuerdan la fuerza de la solidaridad en esos viajes. Daniel afirma sobre esos viajes de larga distancia: “El micro lo que tenía era compartir lo que había llevado cada uno, no te tacañabas nada, enseguida compartías. Yo tenía un vino, lo abría al toque y al toque tac, tac, tac y después aparecía otro.”
Lorena sostiene del mismo modo:
“Lo que generaba viajar a ver a Los Redondos era algo muy inexplicable. Era como una comunión, el que no tenía para comer, sabía que había otro que le iba a dar la mitad de su sanguche (…) Éramos así como una familia. Y no importa el estado en el que esté, y si había alguien que estaba en peligro, había un montón de gente cuidándolo (…) Nadie quedaba solo. De hecho nosotras muchas veces fuimos sin tener lugar donde estar. Íbamos a los camping porque sabíamos que abríamos una carpa y nos metíamos a dormir y iba a estar todo bien. Sabías que no te iba a pasar nada porque eran ricoteros.”
Camaradería, ayuda mutua y confianza entre los fanáticos que viajaban, pero también de parte de la gente del pueblo o ciudad de destino: debido a que por miedo a la juventud rockera cerraban los locales, los chicos y chicas dependían de la buena voluntad de los vecinos para conseguir algo para comer. A esta experiencia de solidaridad vivida se suma la del poderoso rol que adquieren Los Redondos, cuyos recitales se empapan de un carácter místico y épico que ha trascendido a todas las bandas (locales e internacionales).
“En la entrada de los estadios, la policía tenía reacciones de violencia casi hitlerianas, reprimían bestialmente a los ricoteros. (…) El gobierno de Menem les había dado carta blanca para que tiraran indiscriminadamente, como si los ricoteros fuéramos un ejército que intentaba copar las ciudades y desolarlas… cuando en verdad -salvo por algunos loquitos que siempre existen- sólo íbamos a comulgar la música y el espíritu de nuestros dioses paganos.”13
Este relato de Jorge Boimvaser es coincidente con lo manifestado por los tres entrevistados. Daniel y Maxi relatan:
“De lo mejor que me pasó, es ir a ver a Los Redondos afuera, lejos, de las mejores experiencias (…) Yo sabía que era algo… vos podías ir a ver a otras bandas que no te generaban lo mismo. Vos sabías que era algo distinto (…) Te generaba, menos mal que estoy acá, por suerte estoy acá (…) Era la única banda que, por decirlo de alguna manera, ellos podían ver lo que a vos te pasaba, no sé cómo explicarlo (…) Yo, medianamente me gustaba leer, pero después era eso de mucha gente humilde, mucho pibe de barrio, mucha cultura de la esquina, del barrio, de ser poco instruido, poco académico, poco leído, pero seguir a estos que eran instruidos, filósofos, pero también que eran del palo.”
“Los Redondos parecía ser como una banda (…) misteriosamente tocaban fibras tuyas que te hacían sentir que había alguien que estaba hablando de lo que a vos te pasaba (…) Cuando ibas a verlos vos veías que la gente que estaba ahí (…) no se daba siempre, era como bueno, se oyen los llamados de los tambores, vamos porque algo va a pasar. Los que tienen la voz por nosotros van a hablar (…) Es el momento del año.”
La herencia política de los ‘90 y la búsqueda de lugares propios
Sus trayectorias van posicionando “de qué lado de la mecha”14 se encuentran, como cantan Los Redondos, y ese lado está asociado con posturas políticas de izquierda, más allá de no referenciarse partidariamente. Lorena fue a marchas del Partido Obrero, de H.I.J.O.S. y del 24 de marzo. Valeria quiso ir a ver a Fidel Castro cuando vino a Argentina en 1995, aunque finalmente no pudo por la presión familiar: Cuba, Fidel, El Che, todo eso significaba la izquierda, a lo que quería acercarse. Daniel tenía acceso a lectura política de izquierda por su padrino, participó activamente de marchas del 24 de marzo y de la CORREPI, y de actividades organizadas por el Centro de Estudiantes de su escuela a principios de la década. Maxi recuerda participar de un festival por la Carpa Blanca y la lucha de los docentes, del 24 de marzo, y que se afilió al partido Justicialista por un pibe que si sumaba gente podía conseguir que se hagan mejoras en su barrio.
Sobre las elecciones, aparte del testimonio que abre este texto, los cuatro recuerdan haber votado a lo largo de esa década a la izquierda y, en general, a la figura de Luis Zamora, del partido Autodeterminación y Libertad. Es decir, esos recorridos se concretaban también en sus decisiones políticas a la hora de votar.
El estallido social de 19 y 20 de diciembre de 2001 encuentra a Valeria, Daniel y Lorena en la calle y en la Plaza de Mayo. Así describen sus vivencias de esas fechas explosivas que dan cierre a esta década:
“2001 sí que salí a la calle (…) Yo vivía con una amiga y vinieron otros amigos a mi casa y fuimos en camioneta de uno de mis amigos todo por Avenida San Martín hasta la Plaza y viendo todo, te acordás que se prendía fuego en cada avenida, se manifestaba (…) Había que salir, como pudrirla, también, enojo, pero viste era como una cuestión así convocante de querer estar en la calle, que no podía quedarme en mi casa. Si lo pienso ahora no sé cuál era también mi… el enojo con qué se correspondía realmente. Se había pudrido todo y hay que estar en la calle.”
“Ya desde los ‘90 nosotros ya estábamos preparados para eso. Ya lo veíamos venir, el tema era el resto de la sociedad que no lo veía venir (…) Nosotros nos dimos cuenta más rápido con todo el estallido que reventó en el 2001 con todo el gobierno de Menem, porque no conseguíamos laburo (…) Las fábricas cada vez estaban más cerradas, ya eso lo veníamos viendo. Había mucho índice de desocupación (…) El 19 no, el 20 sí estuve. Vi la situación bastante negra y no me acerqué tanto (…) A mí me impactó el primer tipo que apareció en Plaza de Mayo (…) Hay un pelado que habla y que es el único que está en Plaza de Mayo a la noche, que eso fue como a las 11 de la noche, 11 y pico. Vengan a la plaza. No había nadie en la plaza, se ve que el tipo, apenas se dicta el Estado de Sitio, vivía cerca.”
“Obviamente fui todos los días, fui a la Plaza. Una vez fui caminando desde Liniers (…) Yo caminé desde Liniers hasta Plaza de Mayo esa noche de las cacerolas, todo por Rivadavia derecho, no sé cuántas cuadras. Pero al otro día volví a la Plaza y me acuerdo que había una chica con un bebé en un carrito (…) y tiran un gas al lado nuestro y yo lo que me salió fue agarrar el cochecito y me fui corriendo, corriendo con el bebé (…) No quería que le pase nada.”
Los mismos jóvenes que circularon por boliches, recitales, fiestas a lo largo de la década de 1990 están presentes en esa rebelión social del 2001. No eran ajenos a lo que pasaba, la crisis no les pasaba por al lado. Esas experiencias fueron cruciales para consolidar sus posiciones políticas en la adultez, con reivindicaciones similares a las que sostenían en su juventud. Para Lorena esto es visible, “Siempre fue esto, justicia social, igualdad y nunca tener a nadie que represente eso (…) Hasta Néstor y Cristina [Kirchner]. Lo más parecido a lo que yo pedía cuando marchaba con el Partido Obrero”.
En palabras de Maxi: “Siempre estuvo para mí anulada la política excepto cuando sentí que estaba del otro lado del opresor (…) Estaba del otro lado y con todos los que estaban del otro lado (…) En el 2003 con la aparición de Néstor dije (…) no me molestó sentir afiliado al Partido Justicialista (…) A mí Néstor me modificó, y posteriormente Cristina, me hicieron sentir que había políticos que querían al país.” Su aparente posición anti-política no era tal en esencia sino en contexto: el surgimiento del kirchnerismo como fuerza política posterior al 2003 va a ser significativo para que canalicen partidariamente sus posiciones.
Valeria, por su parte, más cercana a la izquierda, cuenta cómo fue ese recorrido en busca de lugares políticos propios dentro de su ejercicio como docente, donde se ven con claridad sus tensiones y recorridos:
“Vuelvo a pensar en encontrar los lugares propios, viste, de pertenencia (…) Me identifiqué con Ademys [sindicato docente combativo] en las asambleas. Como que no podía encontrarme en un lugar, quería, necesitaba estar pero no encontraba dónde (…) y ahí me terminó como de definir algo que tenía pendiente como docente. Era hasta ético, quería afiliarme, ser parte, me parecía que estar afuera era re careta, que no era verdadero para movilizar, para estar, y encontré. En esos lugares es donde viene también esa época de escuchar, de encontrar, de observar, de ver otros mundos (…) que me representan.”
Conclusiones
Después de conocer las experiencias de los entrevistados durante la década del ‘90 es más fácil comprender por qué Lorena votó a un cantante de rock y no a un político en su primera votación en el año 1994. El rock había logrado convertirse en la referencia política de los jóvenes en un contexto de descomposición social y falta de perspectivas, en un clima similar al “no future” anunciado por los Sex Pistols en los ‘70. Esto coincide con la tardía difusión del Punk en la Argentina, que no encuentra posibilidades hasta terminada la dictadura y que en los ‘90 explota a partir de bandas locales así como también por las recurrentes visitas de los Ramones a nuestro país. No es menor este paralelismo para pensar los tiempos locales de procesos globales.
La dificultad para poder identificarse políticamente con referentes o partidos tradicionales o de izquierda se hizo difícil en esta época, tan cercana a la dictadura, con una sociedad aún temerosa hacia las posiciones combativas. Es necesario, antes de analizar con cierto desdén al “rock barrial” y su mensaje, recordar la profundidad con la cual la dictadura arrasó con el impulso político que los jóvenes venían desarrollando, que clausuró facultades, prácticas sociales, militancia, y un sinfín de universos posibles. La juventud encontró una forma de diferenciarse e identificarse en el rock, pero no solamente en el escuchar, sino sobre todo en la presencia activa en recitales y otros espacios afines. El rock se convirtió en la voz de esa generación, y asociado a ciertas reivindicaciones y posiciones asociadas a la izquierda y al progresismo, como la solidaridad, el miedo y rechazo a la policía, la defensa de los Derechos Humanos.
Los cuatro entrevistados reconocen a la década del ‘90 como una etapa llena de experiencias únicas, intransferibles, inolvidables, que les otorgó cierta mirada sobre el mundo. Dentro de esa mirada hay un ojo que no dejó escapar valores, y que ayudó a construir de manera incipiente posiciones políticas que luego tomaron su curso en la adultez para consolidarse en representaciones más concretas asociadas con partidos o sindicatos particulares. Todos ellos consideran que tenían grandes falencias políticas y conceptuales durante los ‘90, que les faltaban herramientas para definirse, para tener discusiones políticas. Sin embargo se observa en su discurso una coherencia entre esos jóvenes que fueron en los ‘90 y lo que hoy profesan como adulto: hay cambios -por ejemplo, el viraje desde la izquierda hacia el kirchnerismo- pero no una contradicción en los términos en los que ellos plantean las ideas que defienden y defendían.
Este ensayo es un primer intento por reivindicar a los y las jóvenes que atravesaron y no naufragaron la década del ‘90, jóvenes de clase trabajadora que encontraron en el rock la brújula y el sentido para construir no solamente posturas rebeldes sino también valores y posiciones políticas con las herramientas que tenían a mano. El contexto neoliberal, post dictadura, ofrecía grandes limitaciones y pocas posibilidades para la construcción de identidades políticas. Aun así, el rock generó un espacio colectivo de encuentro capaz de dar un carácter politizado a los distintos espacios en los que circulaba.
Si retomamos la idea inicial, los jóvenes rockeros de los ‘90 no se plantean objetivos políticos concretos, no persiguen una revolución como lo hicieron los jóvenes en los ‘70, pero sí construyen valores que se constituyen como performativos. Los recitales, festivales y espacios protagonizados por el rock ofrecieron una posibilidad capaz de ser alcanzada por los jóvenes, atravesados por las herencias de la dictadura militar y por la incertidumbre democrática de la década. En ese sentido, ni el rock ni la juventud pierden por completo la tradición de lucha que caracterizó al rock en décadas previas.
Este trabajo no busca clausurar discusiones sino todo lo contrario: es necesario profundizar en este período, repensar el contexto y las categorías con las que se ha referenciado a la juventud de los ‘90, y acercarse a los propios testimonios de dichos jóvenes, con un ojo menos prejuicioso y más interesado en sus experiencias.
- Carlos “Indio” Solari, cantante de la banda Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, banda formada en 1976, cuyo primer disco se edita en el año 1985 y el último en el año 2000. A lo largo de la década de 1990 sus recitales se volverán multitudinarios. ↩
- Redadas policiales. ↩
- Para ampliar sobre este concepto y su impacto en la construcción identitaria de los jóvenes ver: SEMAN y VILA, «Rock chabón e identidad juvenil en la Argentina neoliberal In: FILMUS, Daniel (Org.) Los noventa: política, sociedad y cultura en América Latina y Argentina de fin de siglo». ↩
- Semán, «Vida, apogeo y tormentos del” rock chabón”». ↩
- Para ampliar información: http://www.correpi.org/2021/a-30-anos-de-la-detencion-tortura-y-muerte-de-walter-bulacio-es-urgente-basta-de-detenciones-arbitrarias-cumplan-la-sentencia-del-caso-bulacio-ya/. ↩
- En Argentina se denomina “rollinga” a quienes escuchan rocanrol, en especial a los Rolling Stones y bandas locales similares, y que tuvieron durante la década de los ‘90 y los 2000 una vestimenta más bien homogénea, caracterizada por las zapatillas Topper de lona. ↩
- Grupo policial que no estaba uniformado sino que actuaba de civil. ↩
- Sobre esta última cuestión, en el año 2002 tiene lugar la muerte de Ezequiel Demonty precisamente por ser obligado por la Policía Federal de la Comisaría 34 a tirarse al Riachuelo, y murió al no saber nadar. Para más información: https://es.wikipedia.org/wiki/Ezequiel_Demonty. ↩
- En la Ciudad de Buenos Aires, las comisarías están dividas por barrios con sus respectivos números. La Comisaría 34 corresponde al barrio de Nueva Pompeya y la 32 al barrio de Parque Patricios, ambos en el sur de la Ciudad. ↩
- Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional http://www.correpi.org/. ↩
- Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio https://www.hijos-capital.org.ar/. ↩
- Omar Chabán, empresario argentino dueño de locales donde tocaban bandas de rock. ↩
- Boimvaser, A brillar, mi amor: mitología no autorizada de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. ↩
- Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, “Queso Ruso”, en La Mosca y la Sopa, Del Cielito Records, 1991. ↩